diciembre 14, 2006

La Muerte de un Tirano

Domingo 10 de diciembre, tres de la tarde... estoy sentada a la mesa junto a mi hermana cuando suena el teléfono. Es mi tía quien llama para preguntarme si estoy celebrando la muerte del general (r) Pinochet, le digo que celebraré y enciendo de inmediato el televisor para ver la noticia.
Pinochet ha muerto a los 91 años en el hospital militar. Una ensalada de sentimientos me recorren: un poco de pena por lo años de historia; impotencia ante tanta impunidad; egoísmo, porque aun cuando es sólo una masa inerte siento que no quiero darle ni siquiera un pedazo de suelo chileno para ser enterrado; rabia porque en el día de su muerte todavía escucho discursos errados e ignorantes a favor del general (r) Pinochet omitiendo trazos completos de historia, esa historia de abusos y faltas... omitiendo también partes de nuestra realidad actual.
Examino todas estas emociones y no encuentro la alegría, no con semejante final: la película está mal relatada y el asesino huye impune de todos sus delitos.
El teléfono suena y suena, son familiares y amigos que quieren demostrar su alegría porque al fin sobre ésta tierra no está Pinochet. Me pregunto si mi sentimiento no es errado y si debiera estar descorchando una botella de champán y celebrar éste día (después de todo es el Día de los Derechos Humanos) pero sólo encuentro pena y recuerdos... algunos propios y otros ajenos.
Recuerdo a Pepe, tal como me contaron que era y cómo fue fusilado en Valdivia.
Recuerdo al esposo de mi Tía, que aún no encuentra sepultura.
Recuerdo a Miguel, a Victor Jara y las imágenes que he visto del Estadio Nacional.
Recuerdo a tantas personas que no pueden estar ahora viviendo estos días... y entonces sólo siento pena.

En el Norte del Sur

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